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Testimonio de Sachi

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La Muerte de mi Padre

Cuando yo tenía 15 años, mi padre murió de un infarto de corazón. Hasta ese día, él nunca había tenido problemas de salud. Siempre trabajaba mucho. Por eso nadie imaginaba que fuera a morir de repente con 43 años. Esto fue un gran golpe para mi familia.

Después de eso, yo estuve muy triste. Pero, con el tiempo, esa tristeza fue aliviándose poco a poco, y la vida siguió sin él. Entonces, en mi corazón, nació una sensación nueva y extraña, como una mezcla de ira y de impaciencia. No sé si esa ira era contra la vida o contra la muerte, o quizá contra Dios, aunque en ese tiempo todavía no le conocía.

La existencia de mi padre había sido muy importante para mí. Pero, aunque había muerto, el mundo continuaba como si no hubiera pasado nada. Su puesto de trabajo lo ocupó otra persona, y el negocio seguía sin él. Y también nosotros, su familia, aunque al principio sufrimos mucho, con el tiempo, nos acostumbramos a su ausencia. Y yo me preguntaba: “¿qué significa la vida? ¿Vale la pena vivir? Total, haga lo que haga, tengo que morir algún día. Entonces, ¿no es mejor vivir divirtiéndose uno lo máximo posible?”

 

Por otra parte, esta experiencia me dio impaciencia, y el afán de querer hacer algo grande en esta vida. Ya que podía morir en cualquier momento, cuando me llegara la muerte, no quería arrepentirme de nada. Quería vivir una vida que me llenara. Pero, ¿cuál era esa vida? Yo no tenía la respuesta.

La Búsqueda

En fin, un día, leyendo un libro escrito por una feminista, encontré una frase que decía “Vivamos siendo fieles a nosotros mismos”. Esto me sonó de maravilla. Inmediatamente, llevé ese lema a la práctica. Es decir, empecé a vivir haciendo lo que me daba la gana. Me fijaba un objetivo, y me esforzaba por conseguirlo. Estudios, trabajos, dinero, casa, coche, viajes, moda, aficiones, pareja, etc. Este mundo ofrece muchas cosas. Pero nada ni nadie podía darme esa satisfacción y la felicidad que tanto deseaba. Quizá me sentía bien cuando lograba algún objetivo. Pero esa sensación duraba demasiado poco. Y no era solo eso, lo peor de todo era esa sensación de vacío y la soledad de después. Y por eso, pronto tenía que inventarme otro objetivo para llenar ese vacío. Cada vez los objetivos eran más grandes y difíciles. Entonces la satisfacción era más grande, pero también lo era el vacío y la soledad de después. Salía para tomar copas con frecuencia, y salía con chicos continuamente, porque no quería sentirme sola.

 

Con 18 años empecé a aprender baile flamenco en una academia de Tokio. Para mí era otro objetivo más. Al año siguiente, decidí dedicarme más en serio al baile, dejé la universidad y empecé a trabajar para ahorrar dinero. 4 años después, con ese dinero, por primera vez vine a España para conocer el flamenco auténtico, y aprender baile. Mi plan era quedarme aquí 3 meses nada más. Aprender 3 ó 4 números de baile y luego volver a mi país. Pero lo que pasó es que el baile flamenco de aquí era tan profundo que se me quitaron las ganas de volver a Japón y decidí quedarme más tiempo. Pronto, conocí a un español y empecé a vivir con él. Él es mi marido ahora.

La vida de aquí no fue fácil para mí, porque yo no hablaba casi nada de español ni tampoco tenía mucho dinero. Y además todo era muy diferente a mi país. Me costó mucho trabajo adaptarme. Y convivir con mi marido también fue difícil. Pero no me importaba, porque yo estaba entregada al baile. Así que ensayaba todos los días muy duro para conseguir bailar mejor.

Viví así unos 4 años y medio. Un día recibí una invitación para bailar en un escenario de mi país. Acepté, y aproveché para pasar con mi familia unas semanas. Pero allí tuve que enfrentarme a otra muerte. Esa vez le tocó a mi tía. Su muerte y la fragilidad de la vida me impactaron de nuevo.

Volví a España. Últimamente se me había ocurrido la idea de hacer mi propio espectáculo en Japón. De nuevo la impaciencia y la ira que surgieron por la muerte de mi tía, me empujaron a hacerlo. Después de un gran esfuerzo, al año siguiente estrené mi espectáculo en Japón. Puse toda mi energía en él, y, al final, todo acabó con éxito. Esa noche sentí una gran satisfacción como nunca había sentido. Estaba orgullosísima de lo que había hecho. Y recibí varias ofertas de trabajo como bailaora o como profesora en Japón. Pero yo quería seguir viviendo con mi marido en España. Así que las rechacé todas y volví a este país.

 

El Vacío

Como siempre, la satisfacción no duró mucho. Sentí un gran vacío como nunca había experimentado. Me costó mucho trabajo empezar de nuevo los ensayos. Ya no tenía ganas de bailar. Tanto sacrificio y esfuerzo para tan poco tiempo de gloria. Estaba cansada de la vida.

Un día, cuando estaba ensayando sin ganas, me lastimé el píe. Acudí a médicos especialistas de 4 hospitales distintos de aquí y de Japón. Resultó que ya no podía seguir bailando. Por una parte, era difícil aceptar esa situación, pero por otra, sentí alivio de tener una excusa para dejar la vida que llevaba. Mi vida ya no tenía sentido. Pero no seguí buscando más. Pensé que me dejaría llevar por la corriente y si no quedaba más remedio, me suicidaría.

Ahora tenía tiempo de sobra. Y me acordé que desde hacía tiempo quería estudiar la Biblia, pero nunca lo había hecho. Así que, después de visitar a los médicos de Japón, fui a una librería japonesa para comprar algún libro que me sirviera para estudiar la Biblia, pero allí encontré montones de libros de filosofía, psicología y de religiones que parecían más interesantes. También había libros de meditación Zen, de poderes sobrenaturales y de los espíritus del más allá.

Al final compré como 2 cajas de cartón grandes de esos libros, así que los traje aquí y los leía día tras día. Otra vez dejé el estudio de la Biblia para después.

 

La Crisis

Un día de esos, de repente, me dio un dolor muy fuerte en el pecho. No podía ni respirar. Creí que era un ataque de corazón y que iba a morir en ese instante como mi padre. Me entró muchísimo miedo a la muerte. Mientras mi marido me llevaba a urgencias, yo, inconscientemente le pedía a Dios repetidamente que me perdonara. Es muy curioso, porque yo era atea, y nunca había tenido miedo a la muerte. Pero, aunque hasta entonces no había querido reconocerlo, al sentirlo de cerca, descubrí que en el fondo yo le temía, porque sabía que Dios existía y que me juzgaría mis pecados.

Con una inyección y pastillas, el ataque se calmó. Por lo visto, me quedé dormida en el hospital y, cuando me di cuenta, estaba acostada en el sofá de mi casa. Este fue el principio de la peor etapa de mi vida. Porque desde ese día, los ataques se repitieron sin poder saber la causa. Los médicos no encontraron ninguna enfermedad física en mí. Ni siquiera podía salir de casa, ni podía estar sola, porque no sabía cuándo me iba a dar el próximo ataque. Poco tiempo después, esto se me complicó con una depresión y un problema de nervios también.

Cada vez que me daba un ataque creía que iba a morir de verdad y temblaba de miedo. Incluso creí que me perseguían espíritus malignos, y compraba medallas y estampas de vírgenes para protegerme. Así tardé 1 año y medio en enterarme de lo que tenía. Eran ataques de pánico y ansiedad.

Con cada ataque aumentaba el miedo a la muerte y el sentido de culpabilidad. A las personas con las que pude contactar, les confesé lo mal que me había comportado con ellas y les pedí perdón. Pero eso no tranquilizaba mi conciencia. No podía borrar los hechos. Necesitaba saber lo que había después de la muerte, y si existía Dios de verdad o no. Si había castigo, necesitaba ser perdonada. ¿Pero cómo? Clamaba en mi corazón muchas veces: “¡Dios, por favor, enséñame si tu existes de verdad y cómo puedo ser perdonada!”

La mayoría de los japoneses dicen que son budistas. Pero sólo mantienen las costumbres y rituales budistas, y en realidad son ateos. Mi padre también era uno de ellos, pero le gustaba el ambiente y la educación de los cristianos, y me hizo estudiar en un instituto cristiano. Aún así, yo pensaba que el cristianismo era también una religión inventada por los hombres. Por eso no me planteaba seriamente la existencia de Dios. Pero la Biblia tenía algo diferente, algo que me atraía. Quizá por eso, si existía Dios de verdad, para mí, era el Dios de la Biblia. Ya no podía aguantar más y decidí irme a Japón para visitar a un pastor que conocía y preguntarle qué decía la Biblia sobre lo que hay después de muerte.

El Encuentro

Al comprar el billete de avión, la agencia me pidió un certificado de residente. Y, para conseguirlo, fui a la jefatura de policía. Allí había una cola larga, como siempre. Detrás de mí, se puso una familia que despertó mi interés. Eran un matrimonio, una niña, un niño, y una anciana. El marido parecía japonés y la mujer española. Los niños hablaban japonés. Nada más observándolos, notaba que tenían algo diferente, quizá un ambiente de pureza. Y eso me dio muy buena impresión y curiosidad. Pregunté a la mujer que a qué se dedicaba su marido y resultó que ¡era misionero! Eran una familia misionera que acababa de llegar de Japón para hablar de Dios en España. Me sorprendió tanto que empecé a llorar. ¿Sería simple casualidad? ¡Pues no!

Dios me extendió su mano por medio de ellos. El Buen Pastor había encontrado una oveja perdida. ¡Dios existía! ¡Me escuchaba y me contestaba! Yo les expliqué que estaba buscando un pastor y por eso estaba preparándome para ir a Japón porque necesitaba saber sobre la Biblia urgentemente. Ellos también se sorprendieron. Nos dimos los números de teléfono y quedamos para vernos otra vez para hablar. Me acuerdo que en el camino de vuelta a casa sentí un gran alivio, como el de un bebé que está en los brazos de su madre, y no podía dejar de llorar por la emoción.

La Buena Noticia (El Evangelio)

Ese misionero es el pastor actual de la iglesia donde voy ahora. Él me explicó lo que dice la Biblia sobre lo que hay después de la muerte. Decía que hay un juicio de Dios y que tenemos que ser castigados eternamente en el infierno por los pecados que hemos cometido en esta vida. Porque todos somos pecadores, así que todos merecemos ir al infierno. Pero también me habló de Jesucristo y de su muerte en la cruz. Es el Hijo de Dios que vino a este mundo, para morir en la cruz cargando todos nuestros pecados. Dios nos ama tanto que, en vez de castigarnos a nosotros, castigó a su propio Hijo. Y después de morir, Jesús resucitó. Era la pura verdad. Un hecho real. No era ningún cuento que inventaron los hombres, como yo había creído. Hay muchas pruebas que pueden demostrarlo.

 

La Salvación

En ese mismo momento creí este hecho y acepté a Jesucristo como mi Señor y mi Salvador. Por fin fui perdonada y liberada del sufrimiento de culpabilidad. Ya no tenía miedo a la muerte, aunque me seguían dando ataques. Eso fue cuando yo tenía 29 años.

18 años más tarde, cuando tenía 46 años, me hospitalizaron por un derrame cerebral, pero en ese momento ya no le tenía miedo a la muerte. sino que, en su lugar, tenía paz en mi corazón.

Han pasado 28 años desde que acepté Jesucristo como mi Salvador. Hasta ahora, nunca me he arrepentido de creer en Él, al contrario, siempre acabo dándole gracias por Su Amor, Su guía y todo lo que recibo de Él. Mi vida ha cambiado muchísimo a mejor. Le recomiendo de corazón que por favor, busque a Dios y sea salvo.

 

Gracias.

Diciembre, 2021

Sachiyo Konuma

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